sábado, 15 de julio de 2017

La sangrienta conquista de Jerusalén por los cruzados

Tal día como hoy 15 de julio de 1099, en la actual Israel, dentro de Primera Cruzada, los europeos conquistan la ciudad de Jerusalén y forman el Reino de Jerusalén.

Durante los dos días siguientes, la población musulmana de la ciudad fue masacrada y los judíos fueron quemados vivos en la Gran Sinagoga, donde se habían refugiado.

Desde Antioquía los cruzados habían marchado hacia Jerusalén y por el camino, conquistaron diversas plazas árabes, aunque no se encontraron demasiada resistencia, pues los líderes locales preferían llegar a acuerdos de paz con ellos y darles suministros sin llegar al conflicto armado.

Los cruzados llegaron ante las murallas de Jerusalén en junio de 1099 y desplegaron sus tropas para someterla a un largo asedio, aunque también ellos sufrieron un gran número de bajas por culpa de la falta de comida y agua.

Enfrentados a lo que parecía una tarea imposible, los cruzados llevaron a cabo diversos ataques contra las murallas de la ciudad – en apariencia inexpugnables - pero todos fueron repelidos, aunque finalmente la ciudad caería el 15 de julio de 1099.

A lo largo de esa misma tarde y la mañana del día siguiente, los cruzados desencadenaron una terrible matanza de hombres, mujeres y niños, musulmanes, judíos e incluso de los escasos cristianos del este que habían permanecido en la ciudad.

Aunque muchos musulmanes buscaron cobijo en la mezquita de Al-Aqsa y los judíos en sus sinagogas cercanas al Muro de las Lamentaciones, pocos cruzados se apiadaron de sus vidas, pues "...la carnicería fue tan grande que nuestros hombres andaban con la sangre a la altura de sus tobillos..."

Dos mil judíos fueron encerrados en la sinagoga principal, a la que se prendió fuego. Uno de los hombres que participó en aquella carnicería, Raimundo de Aguilers, canónigo de Puy, dejó una descripción para la posteridad que habla por sí sola:

“Maravillosos espectáculos alegraban nuestra vista. Algunos de nosotros, los más piadosos, cortaron las cabezas de los musulmanes; otros los hicieron blancos de sus flechas; otros fueron más lejos y los arrastraron a las hogueras. En las calles y plazas de Jerusalén no se veían más que montones de cabezas, manos y pies. Se derramó tanta sangre en la mezquita edificada sobre el templo de Salomón, que los cadáveres flotaban en ella y en muchos lugares la sangre nos llegaba hasta la rodilla. Cuando no hubo más musulmanes que matar, los jefes del ejército se dirigieron en procesión a la Iglesia del Santo Sepulcro para la ceremonia de acción de gracias ”

Algunos jefes cruzados, como Gastón de Bearn, trataron de proteger a los civiles refugiados en el Templo, pero fue en vano, porque al día siguiente un grupo de caballeros exaltados los asesinó también.

Lo más terrible, es que todos estos abominables crímenes, se cometieron en nombre de Dios

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